Las malas mujeres tienen costumbres extrañas a la hora de valorar su mercado laboral. Por ejemplo, me encuentro en el dilema de elegir una plaza en el CSIC o en Medio Ambiente. Y, claro, al valorarla, por delante se me aparece lo primero de todo estar encerrada entre cuatro paredes, en una oficina; por otra, y no menos importante, tener que vestirse adecuadamente.
Aquí la cosa es muy simple: comerte, en el descanso, un bocadillo de jamón con tomate o de queso con aceite y que chorree por abajo, te pongas toda la camiseta pringá de sustancia y no pase nada; te rías, te pongas a darle con pañuelo y aquello se extienda cada vez más y te rías otra vez. Pues eso, señores, eso no se paga, ese instante de placer manchándose a gusto no tiene igual. Y en Medio Ambiente, en el campo, uno puede mancharse. Está permitido.