Sin embargo, mi hija me puso un espejo, además de tener el placer de verla actuar como yo y, al mismo tiempo, hacerme ver la cara con la que reacciona tras escucharme algunas cosas como estas:
- Tengo que llevar a tu padre….Ay! que me he dejado el móvil, bueno, no pasa nada es un ratito. (Claro ella se queda pensando qué le tenía que llevar)
- Recuérdame que tengo….¡Anda, dónde he metido las llaves! Ah sí, aquí, no las veía. (Y ella ya no sabe que tiene que recordarme porque cuando me pregunta ya no me acuerdo)
- Estaba pensando que a lo mejor podíamos….¡Hostia, la comida que la tengo en el fuego! (Expresión en su rostro de: Que podíamos qué mamá, qué) Pero ya no me lo pregunta porque ya sabe que puedo responder: ¿de qué estaba hablando?
- Tenemos que ir… Cachis que tenía que llamar a tu tío; dónde he dejado el teléfono; llámame
Y así se pasó un rato en la piscina, poniendo caras de estupefacción, asombro, pasmo…La pobre. Cuando hago una frase de ese tipo, ya no me presta atención, ya sabe que no hay final para el primer enunciado cuando se interpone el segundo. Lo tiene asumido y lo vive con la naturalidad de una hija que asume las torpezas ingentes de la cabeza de su madre. Pero es lo que ocurre cuando tienes muchos frentes abiertos y acudes a todos con la sonrisa del despiste.
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