lunes, 7 de diciembre de 2020

QUIERO SENTIR Y CRECER

Como dijo Blaise Pascal “el corazón tienes razones que la razón no entiende”. Unamuno también se debatía entre esa dicotomía. Era y es el sentimiento trágico de la vida. Y asumirlo es difícil, aunque necesario. No nos queda otra.

Cuando tienes unas ideas basadas en la libertad, en ampliar horizontes, experimentar sin importad la edad, el momento o los condicionamientos sociales y crees en el continuo crecimiento personal, te encuentras de bruces con ese sentimiento.

Yo me he topado con él. Después de 13 años trabajando en Medio Ambiente en Navarra, sin posibilidad de ascender (gracias al funcionamiento de la Administración del Estado, pero eso es otra historia), me he marchado a mi adorado Madrid de mis tiempos de estudiante.

He abandonado una situación estable en Tudela, a mis hijos, a dos personas que dependen de mí y unas amistades que no olvido.

Y aunque estoy convencida de que tenía que hacerlo por mi, tras 15 años de cuidadora de unos y otros, mi corazón no deja de pensar en qué será de ellos, en cómo podré atenderles en momentos dados.

Sé que mis hijos aprenderán, con mi actitud y mis hechos, que nunca hay que rendirse, que hay que conquistar nuevas metas, nuevos conocimientos, aun cuando vayas a por los 52 años y la mayoría de la gente ya no quiera cambiar de entorno.

Pero la angustia pesa dentro, el temor a que te necesiten, la sensación de abandonar a las personas cuando, quizás, te necesiten.

Es entonces cuando piensas que esto era necesario en este blog de mala mujer. Pues son muchos los hombres que han tenido que sufrir lo mismo: saliendo como camioneros internacionales, en la pesca de altura durante meses o, simplemente, no teniendo la custodia compartida.

Creo que, por ello, ahora, mujeres y hombres juntos debemos luchar por los derechos de quienes dejamos; para que seamos iguales.

Ni la mujer ni el hombre  tienen por qué estar atados a la familia, pero los sentimientos van por otro camino. A esos no se les puede parar con ideas y razones que no entienden. En realidad me siento bien por ello, porque así me veo más humana, demasiado humana para que sea la economía quién diga qué debo sentir.

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