Mi perro es algo especial: es chucho, sin marca, como me gusta decir; nacido de su padre y de su madre como tantas generaciones de perros de mezcla surgidos de asuntillos inesperados. Pero las cosas cambian que es una barbaridad.
Mi perro y yo estamos anticuados, caducos, desfasados, carrozas, en extinción. El tiene carácter; tiene un olfato inusual, una capacidad natural y extraordinaria para detectar determinadas cosas, incluidas enfermedades. Pero, hay un pero, tiene dos huevos, no soporta a los perros y le gustan las perras una barbaridad.
Mi perro no está capado porque esa maldita raza no tiene visos de seguir adelante, puesto que a nadie importa.
Tiene la habilidad de mirar a los machos de su especie y quedarse anonadado y con cara de circunstancia cuando los ve jugar. Los mira y parece preguntarse qué puñetas están haciendo; su ladrido, su mirada puede hacer detonar la discusión entre machos que están jugando. Tampoco soporta a los perros que están siempre persiguiendo la pelotita por la calle; él lo hace en casa; la calle, para él, es otra cosa: es territorio para competencia. Ahí es donde marca su diferencia. Le gustan las hembras más que un tonto una tiza y, cuando las huele, parece el pobre Pepe L'amour (la mofeta que pocos recordaran por ser descartada por la corriente actual).
Sí, mi perro quiere chingar, procrear, meterla, irse del mundo con descendencia. Es un macho con dos huevos.
Por mi parte, le comprendo, aunque no le dejo: La ley es la ley aunque esté lejos de la condición natural animal.
Luego está el otro problema; la dueña. Se le va la lengua detrás de su actitud de macho y suele exclamar, verbalizando, comentarios del tipo: "mira que chochito más rico" "no hay forma de pillar cacho" "las estás aliviando con la lengua y luego tú en ascuas" "esa perra quiere un meneo" y cosas por el estilo que un día me va a dar un disgusto.
Pero es que no hago más que acordarme de mi anterior perro, Chiffon, que llegó a mí ya viejo. Era un yorkshire de pura raza, bellísimo, al que le dejaban lamer todos los chochitos.
Y entonces me digo: vale, mi perro y yo somos, según parece, machistas, pero los demás son clasistas y discriminatorios. No sé qué es peor. En realidad, me la suda.
Mi pobre perro no va a chingar y se irá del mundo sin cumplir la misión que le puso en él, sencillamente porque aquí pagan justos por pecadores. Aunque, eso ya lo sabemos quienes lidiamos con esta maldita administración.
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