Porque sí; porque como mala mujer soy una puta. Lo soy y no
me importa, porque el apelativo me lo has puesto tú y por eso estoy orgullosa
de ello.
Sí, llámame puta porque me gusta pensar que soy libre para
vestirme como quiero, para pensar como quiero, peinarme, si quiero; para desear, sentir,
manifestarme, reírme, saltar, salir, emborracharme si quiero, provocar y que me
provoquen.
Llámame puta, que no me molesta;
porque esas connotaciones que tú ves yo no las veo. Porque hago lo que quiero
con quien quiero y cuando quiero. Porque puedo tener una pareja o tres (ojalá
diera para tanto, que la cosa está malita). Soy puta porque no sigo la
corriente que tú quieres imponerme. Porque no soy buena ama de casa, ni madre
ejemplar, porque me gusta silbar por la calle, corretear y hacer piruetas, gritar exabruptos en el coche, me
gusta bromear sobre sexo y, de paso, fanfarronear;
porque me masturbo, si me
apetece, y hasta me lo paso bien; lo reconozco, soy una puta. Porque si un día
un hombre me entra por el ojo, a lo mejor me acuesto con él y luego, si te he visto
no me acuerdo, cada cual con su vida. Porque me gusta provocar en todos los
sentidos; porque, a pesar de los años, sigo siendo y sintiéndome mujer; mala,
pero mujer.
No me gusta que me digan cómo debo ser mujer, cómo debo
comportarme para ello, porque ser mujer es ser una misma, porque a nadie hago
daño, sólo a los espíritus que consideran que está mal lo que yo hago porque
creen tener el imperio de la verdad y de las buenas formas. A mí me gustan mis
formas: libres de manuales.