Yo no puedo con ellos. Imposible, estaría pensando todo el
día que debería coger la bayeta y pegarla a la mano para intentar limpiar todas
las marcas que dejan el elenco de seres que ponen sus manos sobre él. Por
supuesto, sólo lo pensaría. Más luego los dibujos sobre él, los imanes,
chorradas varias; no sé qué tienen las puertas de los frigoríficos que son un
atractivo genial para la imaginación.
Sin embargo, parece que lo de las notitas va a pasar a la
historia porque están surgiendo frigoríficos tan inteligentes que te dicen lo
que se caduca y no sé si también lo que te hace falta comprar; además, puedes
mandar mensajes a través de él en lugar de dejar el papelito.
Y claro, cuando te pones a pensar, malamente, te imaginas al
frigorífico diciéndole a un tío: te faltan huevos. Ahí me parto.
Luego está la parte caótica de las vidas de cada uno. Por
ejemplo, un frigorífico inteligente en mi casa se volvería loco porque cuando
están mis hijos la nevera está llena. Cuando se van, comienzo el ritual del
perolón para tres días y las latitas de cerveza por todos lados; me imagino, entonces, al
frigorífico venga decirme: te falta esto, te falta lo otro, que me has metido
que pesa tanto; haz el favor de comer como es debido. Loco, lo volvería loco
cada 15 días.
Los adelantos tecnológicos son la leche. Pero hay algunos
que no logro entender. Por ejemplo, aplicaciones para ayudarte a hacer la
compra en función de los consumos habituales: ¿Cómo puñetas calcularán cuándo
necesito el papel higiénico? Mejor ni lo pienso.
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