Hace unos días fuimos mi hija y yo a comprar al
supermercado. Había unas fresas estupendas. Ella apuntó una cajita que le
gustaba; me fijé en ella, pero en lugar de una etiqueta grande que pusiera el
origen, venía un impreso donde señalaba los beneficios para el corazón; sin
embargo, también eran de Huelva.
La cuestión, entonces se suscitó entorno a qué
envase cogíamos, yo pillé el que suponía había dicho mi hija; ella decía que
no, que era otro y la liamos.
Frente al lineal de fresas nos pusimos a
discutir: yo cojo este, que no, decía ella, que ese no es el que yo quiero, que
es este; que no, que era este, insistía yo, señalando otro; y así nos enzarzamos
las dos discutiendo sobre cuál era mejor, hasta que acabé diciendo: “pues ahora
cojo los dos ¡hala!”
Cuando levanté la cabeza, las personas que esperaban en la
pescadería, la gente que estaba por los pasillos y una chica que conocía del
barrio, nos estaban mirando, asombradas, riéndose del debate de fresas que
habíamos mantenido.
No. Los adultos también copiamos de los niños; las risas que nos podemos echar cuando eso ocurre te alegran los días
No hay comentarios:
Publicar un comentario