No digo nada nuevo si señalo que hay una corriente actual
que criminaliza la pornografía. Yo, como mala mujer, he hecho uso de ella tanto
en revistas como en películas, si se las puede llamar así, porque no sueles ver
mucho más allá de diez minutos.
Hemos olvidado lo que ha supuesto la pornografía en España y
en la sociedad española. Todavía recuerdo, cuando yo rondaba los 7 años, cómo mis padres
estaban como locos porque la película Emmanuelle, calificada como X, llegaba a los
cines españoles. Estaban pletóricos. El día que se iban a verla, pasaron la
tarde con un rostro de felicidad incalificable para una niña. Les encantó.
Cierto que hoy se la calificaría como erótica, pero cada tiempo es distinto.
Como muchos adolescentes de la época, los españoles fueron
perdiendo el puritanismo instaurado por años de mandato eclesial. Mientras los
mayores iban al cine, los niños descubrieron las revistas porno que sus
hermanos mayores escondían debajo del colchón.
Bueno, pues ahora, parece que volvemos hacia atrás. En lugar
de asumir el sexo, y dejarnos de paternalismos estatales que señalan a los
ciudadanos como una pandilla de pervertidos que se creen que esas posturas son
normales, como también nos debimos creer supermanes y nos lanzamos por las
ventanas, nos empeñamos en combatirlo porque es malo, es patriarcal, es opresor
y no sé cuántas cosas más.
Eso sí, de las películas en las que decapitan, abren en
canal y demás carnicerías, no dicen nada.
En cambio, yo sigo viendo la sonrisa de mis padres al ver
Emmanuelle. Y me quedo con ella.
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