Las malas mujeres no eludimos los debates, por eso voy a
entrar en el tema de la maternidad subrogada, vientres de alquiler o como
quiera que lo queramos llamar. Uno de los argumentos en contra es el de la
explotación de la mujer. No niego este aspecto. Sin embargo, no podemos obviar
que estamos en una sociedad puramente mercantilista, todo se vende y se compra;
más aún, estamos obsesionados por la adquisición de bienes. Así es. No me
gusta, pero ahora es lo que hay. Y como mala mujer provocadora me niego a
establecer diferencias en las cuestiones de explotación, sobre todo cuando se
establecen por criterios morales. Por eso me planteo ¿Qué grado de explotación
estamos dispuestos a asumir? ¿Aquel que no implique una carga de conciencia
estrictamente moral y religiosa? No llego a entender por qué es menos asumible
vender sexo o vientres que vender 12 o 15 horas de vida y tiempo en trabajos de
mierda y mal pagados de personas que, a lo mejor, tienen niños. Pero en esos no pensamos. Es asumible ¿Por qué es más asumible una adopción internacional en
países más desfavorecidos sabiendo el coste de las adopciones?
Explotación es aprovechar a otra persona en beneficio
propio; a lo que añadiría un aspecto de desvalorización del individuo.
Otra cosa es la perspectiva del tercero, el más importante:
el niño. No dudo de que los padres, sean adoptivos o subrogados, le darán todo
el amor que puedan. Sin embargo, no puedo tampoco dejar de pensar que nuestras
mentes, con ese deseo de descendencia, sean en parejas hetero u homosexuales,
están condicionadas por ese fin, un tanto egoísta, a veces, de necesidad de
perpetuación. Y así llego a pensar que, como animales racionales, deberíamos
haber aprendido que el amor no requiere de un producto, sino que ya es algo en
sí mismo.
En suma, que estoy hecha un lío. Que hay temas en los que no
se puede ser estrictamente categóricos, teniendo en cuenta el puñetero mundo en
el que vivimos.
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