A mí me ha ocurrido varias veces. Se preguntarán si estoy
loca. Pues sí. Me vuelvo loca cuando ocurre porque tengo que buscar
incansablemente. Si fuera un ciempiés podría entender que perdiera una
zapatilla, pero teniendo sólo dos es un poco demencial. Solo ocurre cuando
llevas zapatillas que no tienen talón, que van sueltas y al andar acaban siendo
lanzadas con la fuerza del paso u olvidada en algún inhóspito lugar.
Los físicos tendrán sus teorías para encontrarlas con cálculos
sobre dónde pueden llegar en función de la fuerza y la masa, pero yo utilizo la técnica de ponerme otra zapatilla
distinta hasta tener tiempo para buscar la otra. Lo curioso es que mi cabeza no
cambia la zapatilla que me queda, sino que ando por casa con una zapatilla distinta
en cada pie, en lugar de ponerme las dos de repuesto o, en su defecto, si es
verano, ando con una sola zapatilla. A esta actuación no encuentro explicación
posible.
Cada vez que me pasa hago lo mismo y acabo de igual forma,
riéndome porque no hay forma de encontrar la puñetera zapatilla y tampoco nos preocupa demasiado a las malas mujeres. Quizás esté relacionada
con aquella otra zapatilla que, insistentemente, volaba desde la mano de mi
madre y que nunca supe cómo recuperaba. No estaba allí para verlo ¿Y vosotros?
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