martes, 2 de enero de 2018

BUSCANDO ESA ZAPATILLA PERDIDA

Es invierno y es tiempo de zapatillas y sofá. Sin embargo, no logro hacerme con el mecanismo mediante el cual se produce una situación muy particular: vas andando por la casa en zapatillas; de repente miras hacia abajo y sólo hay una zapatilla en tus pies; o cuando estando sentada en zapatillas te levantas, vas andando y te das cuenta que sólo hay una, la otra, nadie sabe dónde fue.

A mí me ha ocurrido varias veces. Se preguntarán si estoy loca. Pues sí. Me vuelvo loca cuando ocurre porque tengo que buscar incansablemente. Si fuera un ciempiés podría entender que perdiera una zapatilla, pero teniendo sólo dos es un poco demencial. Solo ocurre cuando llevas zapatillas que no tienen talón, que van sueltas y al andar acaban siendo lanzadas con la fuerza del paso u olvidada en algún inhóspito lugar.

Los físicos tendrán sus teorías para encontrarlas con cálculos sobre dónde pueden llegar en función de la fuerza y la masa, pero yo utilizo la técnica de ponerme otra zapatilla distinta hasta tener tiempo para buscar la otra. Lo curioso es que mi cabeza no cambia la zapatilla que me queda, sino que ando por casa con una zapatilla distinta en cada pie, en lugar de ponerme las dos de repuesto o, en su defecto, si es verano, ando con una sola zapatilla. A esta actuación no encuentro explicación posible.

Cada vez que me pasa hago lo mismo y acabo de igual forma, riéndome porque no hay forma de encontrar la puñetera zapatilla y tampoco nos preocupa demasiado a las malas mujeres. Quizás esté relacionada con aquella otra zapatilla que, insistentemente, volaba desde la mano de mi madre y que nunca supe cómo recuperaba. No estaba allí para verlo ¿Y vosotros?

 

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