“Esta fiebre para enviar a los "cerdos" al matadero,
lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses
de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores
reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción sustancial de la
moralidad buena y victoriana- que las mujeres son seres "separados",
niñas con una cara de adulto, que exigen protección”.
Así lo he considerado siempre. El problema de las mujeres y,
también en parte, de los hombres, está en los extremistas religiosos, en la
moralidad convencional que ha teñido nuestras mentes de un rechazo al sexo como
algo pecaminoso para la mujer, cuando, del mismo modo, disfruta de él, así como
el hombre al que se le ha metido en la mollera la imagen de macho fornido,
aunque fuera sentimental.
Por eso me encanta este párrafo:
“Sobre todo, somos conscientes de que la persona humana no
es monolítica: una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional
y disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil
cómplice del patriarcado. Puede asegurarse de que su salario sea igual al de un
hombre, pero no sentirse traumatizada para siempre por un manoseador en el
metro, incluso si se considera un delito. Ella incluso puede considerarlo como
la expresión de una gran miseria sexual, o como si no hubiera ocurrido”.
Efectivamente, en lugar de colocarnos siempre como víctimas
debemos autoafirmarnos y reírnos de su miseria, avergonzarles socarronamente de
su incapacidad sexual y de su escaso atractivo para lograr que una mujer se fije
en ellos. Porque nosotras elegimos, señoras, nosotras decimos quién será el
padre de nuestros hijos, aunque nos equivoquemos.
Si un tío te gusta, señoras, te mira y pretende robarte un
beso, literalmente, se te caen las bragas. Esto proviene del hecho de que nunca
a la mujer se le ha dejado la iniciativa, sino que tenía que ser el hombre.
Aquélla que iba hacia delante era tildada por hombres y por mujeres como una
fresca. Pues señoras tomemos la iniciativa y, perdonen los hombres, se
acojonan. Como nos dé por autoafirmarnos no sé yo quién acaba en el ribazo sin
darse cuenta.
“Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más
allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los
hombres y la sexualidad”.
A mí me gustan los
hombres, pero los de verdad.
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