Llevamos unos 22 días encerrados, bueno yo he tenido que ir
a trabajar, aunque esta semana la tengo toda libre y sin los niños ¡Cachis! Un
año que me toca librar en Semana Santa y llega la Covid 19.
Así que esta mañana me he dicho, en voz alta y con total
convencimiento, “Marta hay que ponerse a limpiar que va a terminar el confinamiento
y la casa sin barrer”. ¡Oye, que me lo he creído!
Dicho y hecho. He cogido los trapos y me he ido a la
habitación de mi hijo. He limpiado el polvo; he quitado las sábanas; en ese
momento ya he empezado a decirme: “buff, aún quedan días, se va a llenar de
polvo otra vez”. Pero me he sobrepuesto y he continuado aspirando, barriendo,
he puesto música (ahí creo que la he cagado) y al final he logrado fregar el
suelo. Esperando el secado, con la música de “Manifa” animándome a la rebelión,
me he abierto una cervecita; he empezado a desparramarme por la casa, es decir,
que se me ha ido la cabeza de un sitio a otro, cantando, hablando con perro
que, por supuesto, me ha pisado el fregao. Ya no me importaba. Mañana más, me
he dicho. Mi mente ya no estaba en lo que tenía que estar; no por falta de
fuerzas, sino de concentración. De hecho, me he dado cuenta que no he limpiado
los cristales, pero como va a llover pa qué.
Es lo que tienen las
malas mujeres con pajaritos en la cabeza y el inconformismo en la sangre: que
la limpieza ya la terminaré mañana o pasado o al otro; mientras podamos cantar
y bailar.
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