viernes, 6 de diciembre de 2024

¡Ahí van nuestros impuestos!

Como madre no intento inculcar mis percepciones, ni mis sensaciones, emociones u opiniones a mis hijos; sólo pretendo que exploren, observen y concluyan por sí mismos. Sí, mi hija mira mucho el móvil, le gusta la moda rápida, aunque sabe contenerse, y es como cualquier adolescente que se precie. Quizás los adultos deberíamos mirarnos un poco más al espejo. Sin embargo, tiene sus momentos, ya lo hizo una vez, no queriendo quitarme la ilusión y en otra cuando, de muy niña, me dijo eso de “es que pienso antes de hablar”. En el fondo de su mente, hay una pequeña inconformista que aflora por momentos. La llevé hace unos días a Madrid, paseamos por el rastro y estuvimos por el centro hasta acabar en Sol para ver el encendido de las luces navideñas. Llegaron las seis de la tarde y al encenderse ambas gritamos Oh (aunque no era para tanto, pero había que seguir el guion) y ella, de repente entona “Oh, AHÍ VAN NUESTROS IMPUESTOS” Y yo la miré orgullosa y le dije chapó, hija mía. No, no es recomendable, pero, diantres, qué razón tienes hija.

sábado, 10 de agosto de 2024

BENDITA ADOLESCENCIA, A VECES...

Para toda mala mujer llega la adolescencia de sus hijos. Lo que no se espera es que sea ella el dardo de las risas de sus hijos. Y eso viene cuando una se ha quedado en pausa y no quiere avanzar porque, en algún momento, su cerebro dijo que hasta aquí llegaba su madurez. Y ahí es cuando la lías porque entre que te haces mayor y la neuronas hacen locuras, pero te ves un cuerpecito cada vez  más pequeño, se te hace un lío la cabeza (o ya lo tenías de serie, que el desorden ha sido tu tónica)  tus hijos empiezan a ver que su madre tiene algo que no tienen otras madres.

Y así, hace dos días, llegué a casa con mi hija de 14 años y nada más llegar, me paro en la entrada para dejar el bolso y algo más; mi hija sigue hacia delante, seguro que se fue al baño, a recomponerse, y sin moverme del sito le suelto a mi hija alzando la voz con un tono de sorpresa "¡Te puedes creer que no sé dónde he metido las llaves!". A lo que ella, desde el fondo de mi pequeño piso, me responde con cierto retintín "De hecho, sí".

Y se me cae la casa encima, mi autoestima, mis neuronas que no me avisaron que no debía señalar ese "te puedes creer" y me empiezo reír de mí misma como si no hubiera un mañana. Bendita adolescencia. 

lunes, 22 de abril de 2024

CUANDO TE DAS CUENTA QUE TE HAS QUEDADO ATRÁS

Las malas mujeres no se dan cuenta que se han quedado atrás hasta que va llegando la nueva generación y entonces…
Lo que pasa entonces es que te sientes como un pulpo en un garaje. Vi que me hija de 14 años se compraba con su dinero lo que se llamaba antes rímel y ahora máscara de pestañas u otra cosa parecida o directamente la marca y sin nombre, adivina tú. 
Me metí en un centro comercial a comprar una crema cualquiera para mi cara, me era indiferente. Y pensé, si me meto en una tienda de esas cadenas de cosméticos y mato dos pájaros de un tiro y le compro a ella uno… Estaba bien pensando; lo que no tenía en mente es que no estaba yo a la altura de las circunstancias. 
De aquellos años en que un día me puse rímel a estos días la cosa ha cambiado una barbaridad. La tienda me daba vueltas; era incapaz de entre todos aquellos utensilios, la mayoría parecían bolígrafos, otros, no sabría decir para qué podían servir, estipular cuál podía ser la máscara de pestañas (actualizando su condición). 
Era un reto incapaz de cumplir, pero no quería rendirme. Total, que después de coger la crema más adecuada a mis expectativas, es decir, cualquiera sin marca ni condición, me dediqué a ver si en algún lugar ponía algo que me diera una pista. Mirando unos expositores veo que una hija le está recomendando a su madre algo; veo que la madre rondará unos años más que yo; así me lo pareció, que una no se da cuenta de su edad. Le pregunto sobre el rímel y me dice que depende de la marca que pregunte a los chicos y chicas de por ahí. 

Voy a preguntar a un chico; éste, viéndome como un bicho raro que no sabe ni lo que es una máscara de pestañas, me manda al principio de la tienda donde hay expositores de oferta. Al ponerme delante de ellos no tengo ni idea de qué es cada cosa porque los nombres no me explican nada. 
Pregunto a una chica de la tienda que está por ahí. Y, viéndome como una persona totalmente perdida en la inmensidad del cosmos o la cosmética, me lleva a un expositor donde me indica que qué quiero que haga la máscara. Como no sabía que podían hacer cosas y poner cara de póker, me insiste en el qué quiero, y le digo "es para mi hija"; ahí, la chica pilla la cosa, me indica unos recipientes y, de repente, aparece la señora que estaba con su hija y viene a rescatarme. Me comenta que ella usa uno de esos con un nombre que no recuerdo, pero que requieren algo especial para limpiarlo y me explica que el que ha cogido la chica de la tienda para enseñarme no lo necesita, que esos son buenos. 
Ahí es cuando me decido y acabo mi incursión en la cosmética actual. La próxima voy con mi hija y me quito de complicaciones. 
Esta madre tiene todavía un rímel del año la polca en su neceser, caducado hace décadas; lo utilicé en ciertas ocasiones y luego vi que era un incordio sacarse eso de las pestañas y pasé del tema. Pero el rímel sigue allí, vestigio del pasado para recordarme que la cosmética no es lo mío. Para colmo iba yo con mallas negras, camiseta negra, deportivas sin marca y sin un gramo de cosmética en mi cara; qué se puede esperar.

domingo, 24 de septiembre de 2023

MI PERRO Y YO ¿SOMOS MACHISTAS?

 Casi siempre me lo pregunto. Mi perro y yo siempre andamos juntos desde que acabó en mis brazos por azar. Viene y va conmigo de Madrid a Tudela y viceversa. Somos una piña.

Mi perro es algo especial: es chucho, sin marca, como me gusta decir; nacido de su padre y de su madre como tantas generaciones de perros de mezcla surgidos de asuntillos inesperados. Pero las cosas cambian que es una barbaridad.

Mi perro y yo estamos anticuados, caducos, desfasados, carrozas, en extinción. El tiene carácter; tiene un olfato inusual, una capacidad natural y extraordinaria para detectar determinadas cosas, incluidas enfermedades. Pero, hay un pero, tiene dos huevos, no soporta a los perros y le gustan las perras una barbaridad.

Mi perro no está capado porque esa maldita raza no tiene visos de seguir adelante, puesto que a nadie importa.

Tiene la habilidad de mirar a los machos de su especie y quedarse anonadado y con cara de circunstancia cuando los ve jugar. Los mira y parece preguntarse qué puñetas están haciendo; su ladrido, su mirada puede hacer detonar la discusión entre machos que están jugando. Tampoco soporta a los perros que están siempre persiguiendo la pelotita por la calle; él lo hace en casa; la calle, para él, es otra cosa: es territorio para competencia. Ahí es donde marca su diferencia. Le gustan las hembras más que un tonto una tiza y, cuando las huele, parece el pobre Pepe L'amour (la mofeta que pocos recordaran por ser descartada por la corriente actual).

Sí, mi perro quiere chingar, procrear, meterla, irse del mundo con descendencia. Es un macho con dos huevos.

Por mi parte, le comprendo, aunque no le dejo: La ley es la ley aunque esté lejos de la condición natural animal.

Luego está el otro problema; la dueña. Se le va la lengua detrás de su actitud de macho y suele exclamar, verbalizando, comentarios del tipo: "mira que chochito más rico" "no hay forma de pillar cacho" "las estás aliviando con la lengua y luego tú en ascuas" "esa perra quiere un meneo" y cosas por el estilo que un día me va a dar un disgusto.

Pero es que no hago más que acordarme de mi anterior perro, Chiffon, que llegó a mí ya viejo. Era un yorkshire de pura raza, bellísimo, al que le dejaban lamer todos los chochitos.

Y entonces me digo: vale, mi perro y yo somos, según parece, machistas, pero los demás son clasistas y discriminatorios. No sé qué es peor. En realidad, me la suda.

Mi pobre perro no va a chingar y se irá del mundo sin cumplir la misión que le puso en él, sencillamente porque aquí pagan justos por pecadores. Aunque, eso ya lo sabemos quienes lidiamos con esta maldita administración.

domingo, 2 de mayo de 2021

ACORDARSE Y DESPISTARSE, TODO ES UNO

 Como ya me conocen, es habitual en mi no saber qué fue antes. Me refiero no al huevo y la gallina, sino al pan rayado, la harina y el huevo. Me lío bastante y siempre tengo que preguntar, por ejemplo, cuando me pongo a empanar algo. Suelo resolverlo llamando a mi cocinilla particular. Antes lo preguntaba a las colegas de wasap, pero había que esperar y siempre me pilla  metida con las manos en la masa.

A lo que iba. El sábado por la tarde, estando con mi colega, la Itzi, le dije que iba a empanar unas pechugas rellenas. Y, como ya me conoce, me estuvo diciendo todo el rato: el huevo, el huevo, primero el huevo. Me explicó que su forma de recordarlo era, por simple lógica: primero el huevo hace que se pegue el pan y el pan, por otro, aguanta más que la harina que es muy fina.

La cuestión es que, al día siguiente, estaba ya con las manos en la masa y me acordé perfectamente del huevo. Y así lo hice primero el huevo, después el pan rayado, primero el huevo, después el pan rayado. De repente, un instante, un suspiro, un segundo y me encuentro con una pechuga dentro del pan rayado que no tenía huevo ¿O lo tenía? ¡Dios no o sé! Y yo allí, he metido el huevo o no lo he metido, y allí que me lie a meter huevo y pan rayado y dar vueltas a las cosas, sin acordarme de qué había hecho un segundo antes. Las últimas pechugas han salido mareadas de tanto ir de un plato a otro.

Al final, salieron bien. Mi cocinilla dice que tengo suerte porque nadie es más torpe en la cocina. La cocina no es para mí, sobre todo, cuando reflexioné sobre  la lógica que maneja mi cerebro: lo primero para mí es dejar todo preparado para hacerlo al momento, lo que da lugar a que el pan rayado sea lo primero, y segundo, aquello que suponga menos engorro, pringue y ensucie. Todo en contra de lo que es la auténtica cocina. Por eso mi ídolo es el microondas.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

NO QUIERO QUITARTE LA ILUSIÓN

 La Navidad, lo he dicho muchas veces, no es una época especial para mí porque considero que se establecen demasiadas expectativas e ilusiones que no veo que se cumplan.
Siempre me ha parecido un artificio, salvo desde hace 17 años, cuando empecé a disfrutar preparando regalos para mis hijos, rebanándome los sesos en ingenierías diversas para esconder juguetes en un piso pequeño; con las idas y venidas de madrugada para colocarlos y los madrugones posteriores para abrirlos.
Pero crecen y se va acabando de la forma más hermosa: cuando le preguntas a tu hija si es conocedora de quién es Papá Noel o los Reyes y te dice que sí, añadiendo pero no te lo quería decir para no quitarte la ilusión”

lunes, 7 de diciembre de 2020

QUIERO SENTIR Y CRECER

Como dijo Blaise Pascal “el corazón tienes razones que la razón no entiende”. Unamuno también se debatía entre esa dicotomía. Era y es el sentimiento trágico de la vida. Y asumirlo es difícil, aunque necesario. No nos queda otra.

Cuando tienes unas ideas basadas en la libertad, en ampliar horizontes, experimentar sin importad la edad, el momento o los condicionamientos sociales y crees en el continuo crecimiento personal, te encuentras de bruces con ese sentimiento.

Yo me he topado con él. Después de 13 años trabajando en Medio Ambiente en Navarra, sin posibilidad de ascender (gracias al funcionamiento de la Administración del Estado, pero eso es otra historia), me he marchado a mi adorado Madrid de mis tiempos de estudiante.

He abandonado una situación estable en Tudela, a mis hijos, a dos personas que dependen de mí y unas amistades que no olvido.

Y aunque estoy convencida de que tenía que hacerlo por mi, tras 15 años de cuidadora de unos y otros, mi corazón no deja de pensar en qué será de ellos, en cómo podré atenderles en momentos dados.

Sé que mis hijos aprenderán, con mi actitud y mis hechos, que nunca hay que rendirse, que hay que conquistar nuevas metas, nuevos conocimientos, aun cuando vayas a por los 52 años y la mayoría de la gente ya no quiera cambiar de entorno.

Pero la angustia pesa dentro, el temor a que te necesiten, la sensación de abandonar a las personas cuando, quizás, te necesiten.

Es entonces cuando piensas que esto era necesario en este blog de mala mujer. Pues son muchos los hombres que han tenido que sufrir lo mismo: saliendo como camioneros internacionales, en la pesca de altura durante meses o, simplemente, no teniendo la custodia compartida.

Creo que, por ello, ahora, mujeres y hombres juntos debemos luchar por los derechos de quienes dejamos; para que seamos iguales.

Ni la mujer ni el hombre  tienen por qué estar atados a la familia, pero los sentimientos van por otro camino. A esos no se les puede parar con ideas y razones que no entienden. En realidad me siento bien por ello, porque así me veo más humana, demasiado humana para que sea la economía quién diga qué debo sentir.