Pero, claro, había que ver la situación: interior de un vehículo encendido, con una mujer manoteando, dos niños parloteando y un perro mirando a todos lados esperando; el más normal. Los aspavientos de la mujer, yo, venían producidos por la alegría de encontrar un hueco tan cercano. Eso, señores, no pasa todos los días en el centro de una ciudad como Tudela. Y mis hijos lo saben. En esas circunstancias ni siquiera había parado el coche. Y el señor, muy atento, toca la ventanilla del lado derecho del vehículo donde estaba mi hijo; la abro y de repente: “¿le indico para que pueda salir?”, me dice muy amable. Y yo, como cabra loca que soy, le digo “oiga que acabo de aparcar”. Yo pensando, sí hombre voy a dejar un sitio como este. Creo que ni le di las gracias.
Total, mi entusiasmo por los suelos. Vuelta a los
aspavientos con las manos, diciéndole a mi hijo: “que me quiere ayudar a mí,
será machista, a que no se lo dice a un hombre”. Y mi hijo, moderado que es:
“sólo pretendía ayudar”, mientras mi hija quería saber más sobre el machismo y
el perro que era el más normal de la reunión seguí con la mirada.
Después, pensándolo bien, me dije: qué suerte tenemos las
mujeres que nos quieren ayudar; si le toca a un hombre seguro que nadie se le
ofrece y el pobre tiene que lidiar con lo que le toca, ser macho y hacer de todo bien. Hay que ver
las cosas por el lado positivo, a veces.