jueves, 16 de marzo de 2017

A LOS CAMIONEROS DE LA 232

Vale que es una lata el trabajar, como decía la canción, pero el mío me permite ciertas libertades. Mi caseta de inicio laboral está frente a la Nacional-232, a su paso por Fontellas-Tudela; veo, y oigo, multitud de camiones pasar. Eso no me impide, sobre todo en turno de tarde, llegar al trabajo con la música rock a todo volumen y, si escucho una canción que me motive, ponerme a bailar mientras preparo la furgoneta. No me corto un pelo, salto, hago como que toco la guitarra, muevo las caderas y, al final, acaban pitándome y saludándome. Yo, por supuesto, también les saludo. A veces pienso que alguno ya me habrá bautizado: en lugar de la chica de la curva, debo ser la loca de la 232.

Lo cual me lleva a pensar que limitamos muchas emociones, no sólo los besos, también ciertas muestras de alegría. A mí me sale bailar en el campo o dar saltitos por la calle cuando mi mente va elucubrando alegremente. En alguna ocasión he pensado en lo que debían pensar los demás. Pero se me pasa enseguida, porque no me apetece que me amarguen la fiesta que tengo dentro. No es que todo el día esté como Heidi dando saltitos por las nubes, pero si te ocurre alguna vez que estás contento, ¿por qué no expresarlo? Volvemos siempre al tema del ridículo, al tema de los convencionalismos y las normas no escritas que nos joden la vida, la única. Cachis! ¡Cuándo aprenderemos!

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