miércoles, 29 de marzo de 2017

UNA AYUDA MAL ENTENDIDA

Ayer un hombre, muy amable, por cierto, me quería ayudar a salir con el coche de un aparcamiento, indicándome desde el exterior. No habría mayor problema si no fuese porque acababa de aparcar mi coche frente al portal de mi piso. Su llamada me produjo una sensación ambivalente. Debo reconocer que primero me enfadé, me salió mi vena feminista.
Pero, claro, había que ver la situación: interior de un vehículo encendido, con una mujer manoteando, dos niños parloteando y un perro mirando a todos lados esperando; el más normal. Los aspavientos de la mujer, yo, venían producidos por la alegría de encontrar un hueco tan cercano. Eso, señores, no pasa todos los días en el centro de una ciudad como Tudela. Y mis hijos lo saben. En esas circunstancias ni siquiera había parado el coche. Y el señor, muy atento, toca la ventanilla del lado derecho del vehículo donde estaba mi hijo; la abro y de repente: “¿le indico para que pueda salir?”, me dice muy amable. Y yo, como cabra loca que soy, le digo “oiga que acabo de aparcar”. Yo pensando, sí hombre voy a dejar un sitio como este. Creo que ni le di las gracias.

Total, mi entusiasmo por los suelos. Vuelta a los aspavientos con las manos, diciéndole a mi hijo: “que me quiere ayudar a mí, será machista, a que no se lo dice a un hombre”. Y mi hijo, moderado que es: “sólo pretendía ayudar”, mientras mi hija quería saber más sobre el machismo y el perro que era el más normal de la reunión seguí con la mirada.

Después, pensándolo bien, me dije: qué suerte tenemos las mujeres que nos quieren ayudar; si le toca a un hombre seguro que nadie se le ofrece y el pobre tiene que lidiar con lo que le toca, ser macho y hacer de todo bien. Hay que ver las cosas por el lado positivo, a veces.

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