¡Y vuelta la burra al trigo! ¡Ay qué cruz! Una cosa es que
la mujer durante siglos haya estado sometida a un deber ser, a un estereotipo,
propiciado por la organización social, y otra muy distinta que hasta la evolución
sea machista.
Porque sí, señoras mías, el ser humano es el primate que
perdió el pelo; no somos peludos, porque evolucionamos.
El afán por quitarnos el pelo tiene un origen histórico y
tiene que ver con la evolución de la especie. Son muchos los científicos que
han buscado una explicación y existen varias líneas: el acercamiento al agua,
donde el pelaje era un impedimento; la migración a la sabana, para evitar
golpes de calor; el fin de los parásitos e incluso la comunicación, ya que el
pelaje impedía ver reacciones y su eliminación activó el tacto y el contacto
entre humanos.
A medida que se imponía la perdida de pelo había tribus que,
incluso, abandonaban a los bebés peludos (machos o hembras).
Por otra parte, cada cual que haga lo que quiera. Si una mujer
o un hombre quieren dejarse pelo por todos lados son libres de hacerlo.
Evidentemente, cada época tiene una valoración estética; de no haberla no
habría ni buena música, ni buenos libros, ni buen nada: y tampoco las he visto
salir en contra de los desfiles de moda.
Como ya dije en una ocasión (30 de mayo de 2017) que no me
vengan dando lecciones de feminismo por ese lado, por favor. Que no me vengan
diciendo que me lo imponen y que una mujer con pelos rompe tabúes. Por ahí no.
Romper tabúes es otra cosa muy distinta y pasa primero por no estar
obsesionada.
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