lunes, 29 de agosto de 2016

DE CÓMO EL KETCHUP ACABÓ EN EL CUBO DE LA ROPA

No se qué fue antes si el huevo o la gallina. Lo cierto es que en verano mi hija suele llegar a casa y se va quitando la ropa por el pasillo hasta llegar al salón (por llamar de algún modo al lugar donde está la tele y el sofá). Su madre, (que soy yo, eso no hay duda), hace casi lo mismo, pero en lugar del pasillo utilizo las distintas estancias por donde voy pasando. Así es como luego hay una deportiva aquí, la otra allí, una camiseta en la cocina. Gracias que no tengo casi habitaciones. Bueno, el caso es que hay prendas por toda la casa y una de las que más me trae de cabeza es el sujetador. Sencillamente, porque siempre se pierde por algún recoveco y me vuelvo loca buscándolo.  Sé que aparecerá, pero me dedico a buscarlo intensamente porque no es el caso de que alguien venga a casa, se siente en el sofá y, de repente, note algo en su trasero y aparezca el sujetador. Supongo que pensaría mal y a mi no me importaría que lo que pensase hubiese sido cierto, pero tampoco es cuestión de que lleguen visitas y acaben hablando del sujetador. Sobre todo porque la mayoría de ellas suelen ser amigos de los hijos. Mis amigas ya me conocen y no hay problema.

Pues bien, este desparrame de ropas hace que, al llegar la noche, recogiendo la cena, aproveche para recoger algunas prendas por el camino hacia la cocina, el baño está antes. Y entre ropas y utensilios varios que ocupan la mano, el Ketchup acabó en el cubo de la ropa. Al final, todo tiene una explicación sumamente racional.

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