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Las varillas |
Una mujer sola se las sabe apañar muy bien, que lo sepáis.
Cuando se rompe algo en casa o llamas a un amigo bien dispuesto, sobre todo en
cuestiones de electricidad, o se lo hace ella misma (frase que, si la piensas
bien, vale para todo). El otro día una de las persianas me dijo basta. Después
de varios días bajando y subiendo mal, la persiana que da al balcón, donde
tiendo la ropa, ha acabado rebelándose y no subiendo. He estado a punto de
decirle “ahí te quedas, ya saldré por la ventana de al lado”, que la hay. Pero,
al final, he sucumbido y me puse a ello. Yo había arreglado unas cuantas
persianas en mis tiempos de Universidad. Me enseñó mi padre, pero eran
persianas de esas de madera, sujetas con cuchillas y tornillos, y cajas ajustadas
a la pared, también con tornillos. Pero estas eran de otro estilo. No había
tornillos, sino unas varillas que sujetan a presión, las condenadas. Y ahí
estaban: cuatro varillas bien puestas, una encajada en la otra y yo sin saber
con cuál empezar a pelearme. Con todas hubo que pelearse, las puñeteras, cómo
luchaban.
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La persiana
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Con el calor que hacia tuve que quedarme en bolas, sudando la gota
gorda. Menos mal que la persianilla de fuera, que quita el sol, estaba bajada.
(Acaso vosotros no os quitáis la camiseta y tampoco somos de piedra). Total, que he jurado en todos los idiomas, pero puede con ellas. La persiana
vuelve a subir y bajar, pero sólo he colocado una varilla, las demás están
castigadas. Ahí siguen, sobre el radiador. Me pensaré si ponerlas cuando
empiecen a molestar. Quizás en invierno. Si lo hacen.
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