domingo, 28 de agosto de 2016

PLACERES APARCADOS

¡Ay, sí! Cuando llegan los hijos empiezas a relegar ciertos placeres y si son dos, mucho más. Suele pasar, te auto limitas. Por ejemplo, hoy me he dado cuenta de uno muy concreto y que no había apreciado hasta el momento. Me encanta ir a comprar el pan, no por ir, sino por volver a casa con él en la mano y agarrar el extremo, romperlo y empezar a comerme la puntita, saboreando cada milímetro, sintiendo cómo aquellos con quien me cruzo desearían estar en mi lugar, saboreando ese trocito tan especial; llego a sentirme especial por ello. Y cuanto más picudo y durito más a gusto te lo comes, más lo saboreas. Un placer para todos los sentidos.

Bueno, el caso es que al volver a casa con el pan en la mano, dispuesta a deleitarme con ese placer, me he dado cuenta de que hacía tiempo que estaba aparcado. La razón vino a mi cabeza al instante: en casa tenía dos niños esperando comerse el currusco de pan crujiente. Tenían que hacer panes con más puntitas.

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