Ya sé que son un éxito esos programas de cocina, master
cheff y similares. Pero para cuándo un programa para aquéllos que tenemos en la
cocina un arma de destrucción masiva. No sé cómo he llegado a este punto, pero
hoy en día, sea la despreocupación que me inunda o quién sabe qué, lo cierto es
que en mi cocina puede pasar de todo: quemé casi el horno con un intento de
pudding muy sencillo que de tanto mirar, subir y bajar temperatura (no se me
ocurrió mirar en Google) acabó carbonizado. He quemado no sólo comida, sino
alguna cacerola, por distraerme cazando una mosca o escribiendo cualquier cosa.
Salirme de mis platos organizados, esos que siempre son los mismos cada semana
y que se repiten sin remedio en base a una lógica inexistente, es toda una
aventura porque de un arroz puede salir una papilla. Por eso mis hijos
preguntan cada día mil veces, qué hay de comer o cenar, por si suena la gaita y
hay algo diferente. Han llegado a entrar por la puerta preguntando qué se ha
quemado hoy. Y no quemo tanto, sólo que no me sale lo que tenía en la cabeza o
mejor dicho en el gusto.
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Así me van a sacar un día de la cocina |
Lo sé. No tengo ningún interés por la cocina, por elaborarla. Eso sí, si
voy a un restaurante rebaño hasta el plato. Ayer intenté hacer una especie de
paella. Llegué a una conclusión: voy a tener que llamar a las Fuerzas Armadas
cada vez que se me ocurra meterme en la cocina, salvo para cocer y vuelta y
vuelta. O mejor a los bomberos, (no sé por qué tienen tanta fama, a mi me da
igual el uniforme que sea; quizás por los calendarios).
Las aventuras, siempre y mejor, fuera de casa.
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