Recuerdo de pequeña que este día era una fiesta por las
calles del pueblo. Los niños íbamos a las casas de los maestros, que así se
llamaban porque tenían casas específicas para ellos, a llevarles unos
presentes, unos regalitos. Imagínense cada año comprar algo para el maestro
que, en las pequeñas localidades, solía ser varios años el mismo. Seríamos unos
20 niños danzando por ahí. El maestro nos abría la puerta de su casa y nos
invitaba a alguna golosina.
A lo que iba, mi madre era de las fijas en cuanto a regalos:
para las maestras colonia; el regalo de los maestros no lo recuerdo, pero el de
ellas sí. No sé por qué. Lo cierto es que cada año me entraba una enorme
desazón porque mi regalo para la maestra era siempre el mismo. Sin embargo,
ahora la entiendo, para qué matarse la cabeza si de cualquier modo lo que
importa no es un presente, sino el recuerdo que pueda impregnar en ti ese
maestro.
Hoy en día sería impensable regalar una colonia así como
así. Ya saben que si esta no es la mía, no pega a mi piel, no trasmite mi
esencia; tiquismiquis que nos hemos vuelto. Malas mujeres como yo somos capaces
de ponernos lo primero que pillamos, sea la Adidas de mi hijo o la Monster High
de mi hija.
No hay comentarios:
Publicar un comentario