jueves, 13 de octubre de 2016

ABRIR Y CERRAR PUERTAS

El que haya leído algún capítulo anterior (Jano se ceba conmigo) sabrá que lo mío con las puertas es algo patológico. No nos llevamos nada bien y ambas lo sabemos: las puertas y yo. Queda por dilucidar quién ganará la batalla. Mi guerra con ellas se extiende no sólo a las que sirven para entrar y salir de algún sitio, sino a las puertas de los armarios, por ejemplo los de la cocina, que siempre dejo abiertos, incluido el microondas. Hasta he pensado que ahí está la explicación de mi desorden mental, la gran cantidad de porrazos que me doy con ellos, con las puertas que dejo abiertas.

Muy habitual en  mí esta imagen.
Pero lo curioso de todo ello es cómo se evoluciona; mientras yo me dejo las puertas abiertas, dándome porrazos continuamente, mi hija va cerrándolas, como si hubiese aprendido por observación. Y así es como cuando dejo alguna puerta abierta para airear una habitación, mi hija va detrás cerrándola. Y al preguntarle por qué la cierra, ella  me dice, sencillamente, porque estaba abierta. Ya verás, al final tendré que aprender de ella y cerrar algunas puertas. Quizás también ella tenga que aprender a dejar algunas abiertas. No sé, a lo mejor todo esto es cuestión de saber qué puertas dejas abiertas y cuáles debes cerrar.

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