ninguna de ellas. Como describió en un artículo, echaba de menos aquéllas diosas del celuloide, con tacones imposibles, perfectas y armoniosas. Evidentemente, Reverte jamás las vio al levantarse de la cama. Tampoco se refería a ello. He de admitir que a mí también me gustan: están divinas tan glamorosas, pero, cálzate Reverte esos zapatos durante todo el día y no sé si acabas divina.
La apariencia es una cosa y la realidad es otra. A mi no me
gustan las apariencias; he aprendido, y me ha costado, que soy tal cual y así
lo muestro. Puede no gustar, lo admito; pero mientras no haga daño a nadie....
Y a mí sí me gusta que me abran puertas, fundamentalmente porque, de no ser así, me doy
con ellas; del mismo modo que yo las abro a otros, con mejor suerte para ellos.
Tampoco me importa que no le gusten las mujeres como yo. Hasta lo entiendo.
Somos odiosas; por nuestro descaro. Y eso, qué puñetas, no es malo.
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