¡Ay, qué regañina me cayó por parte de dos señoras mayores!
El caso es que el sábado por la tarde nos fuimos mi hija y su amiga Carola a
patinar por las calles y lo que más nos gusta a las tres es tirarnos por las
rampas. Mi hija se tira por algunas que ni me atrevo. Será valiente, la
condenada. Y yo, claro, acabo siendo una mala mujer y madre. Estábamos en una
rampa que comunica dos calles a distinto nivel y había una curva, que yo no
lograba realizar sin darme la vuelta. No se veía el final de la rampa, así que
mi hija era la encargada de mirar si venía alguien. Total, yo y Carola arriba,
la niña que se lanza con los patines, mi hija que dice cuidado. Al parecer
venían dos señoras mayores subiendo. La niña que al dar la curva se tropieza
con ellas. Yo que las veo aparecer, que llegan arriba. Yo que pido disculpas,
perdón, lo siento, se han hecho daño, y reitero cada vez más disculpas con una
cara de circunstancias o de niña pequeña. Las señoras muy disgustadas que me
dicen que ni perdón, ni nada. La bronca que me cayó encima y yo ya sin saber
qué decir. Lo último que me sugirieron era que me comportaba como una
irresponsable, una mala madre que deja a las chiquillas patinar de ese modo,
que pueden hacerse daño. Y yo que sigo con las disculpas, que les señalo que
son muy buenas patinando, que yo me caigo más que ellas. ¡Vamos! Que se van
despotricando contra mí y la calle repleta a esas horas de la tarde.
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La rampa de la izquierda. No se ve el comienzo |
Pero ¡qué puñetas! ¿Qué quieren que hagan los niños? Que
se queden sentados en una silla mirando el hermoso vuelo de unas aves
inexistentes, surcando un cielo ennegrecido para ir a darse de bruces con las
torres de alta tensión y acaben su vuelo electrocutándose. No sé. No lo volveré
a hacer. Seré yo la que vigile, aunque me quede sin tirarme por la rampa.
Bueno, alguna vez sí, o dos, cuando no haya nadie. Mis disculpas, intentaré ser
mejor madre; si es que descubro en qué consiste eso.
La vida que se da de bruces con la vida.
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