miércoles, 14 de septiembre de 2016

ESAS COSTRAS DURITAS Y DEMÁS SEÑALES

No reniego de las cicatrices que te deja la vida. Y menos de las de mis piernas, porque me recuerdan, cuando, de chiquilla, llevábamos esas rodillas redondeadas por esas enormes costras que manoseábamos constantemente a ver cuándo se caía ¡Qué morbo sentíamos tocándola, toda durita! La palpábamos y comparábamos unas con otras. No sé si han cambiado los niños o las calles. Lo cierto es que ya no se ven costras como aquéllas.

Se me va la pinza. Esto venía a raíz de mis piernas, delgadas sí, pero perfiladas. A mí me gustan. No quedan mal con una minifalda; lo malo es que no puedo saltar. Otra vez que me voy del tema. Si se observan las piernas al detalle, o en días como hoy en las que ya me he vuelto a meter donde no debía, se aprecia el desastre: la colección de pequeñas marcas que van quedando en ellas, producto de unas zarzas, como las de la foto de ayer, otras de una caída, un golpe con la puñetera esquina de la cama, una noche de juerga o unas sábanas de hotel excesivamente duras para la práctica de ejercicio nocturno. Buff! La de historias que llevan mis piernas en cicatrices cuando las miras. Si es que no tengo cuidado. Como siga así voy a tener que acabar diciendo que la belleza está en el interior. Bueno. Y tus piernas . ¿Qué tal?

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