lunes, 26 de septiembre de 2016

LA VENTAJA DE HACER LAS COSAS MAL

Ya sé que canto mal. No tengo oído o, peor aún, tengo otra cosa diferente, un estropajo. Pero ¿quién ha dicho que haya que hacer sólo lo que sabes hacer bien? A todo el mundo nos gusta cantar de vez en cuando. Yo lo hago en la ducha, ahí me da por Edith Piaff, no me pregunten por qué, algo anda mal por ahí, dentro del coco. En el coche canto de maravilla, me pongo la radio a todo trapo y disfruto como una enana; salvo cuando bajo la voz y me doy cuenta que mi voz estaba encubierta y que todo había sido un espejismo auditivo.

Actuación memorable en el Colegio Elvira España
Canto mal, sí, aunque tengo buena voz, pero sólo para hablar (algo tengo que tener bueno, ¿no? ¡Y no tengo abuela, ni novio!). El caso es que mis hijos no me dejan cantar; en cuanto empiezo a tararear algo me escupen a la cara: ¡mamá, por favor, que hay vecinos!

Pero no hay mal que por bien no venga. Cuando empiezan a discutir, a pelearse, a gritar, yo ni me altero, tengo las palabras mágicas: “como sigáis así  empiezo a cantar y no paro” ¡Oye! Mano de santo. Hacer mal las cosas también tiene sus ventajas. No es un método muy didáctico, ni educativo, pero funciona. Cada cual se busca sus maneras de educar. Aunque sigo sin poder cantar. Ya llegarán mis 15 días sin niños y ahí mis vecinos seguro que se enteran.

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