Como tengo hijos y los tropezones como que no (ya lo de
poner bolsitas para batir, me supera, sobre todo en ganas) frío el pollo, pechuga para
ser más exactos, y llega el momento más delicado, echar las lentejas. ¡Sí!
Porque ¿Cuántas lentejas hay que echar? Echo un poco, me parece poco; otro
poquito y un poquito más y ¡hala! Medio kilo lentejas que te has echado. Luego
el agua. No sé si lo hago bien. ¿Cuánta agua? Siempre me quedo corta. Y luego,
van las lentejas y empiezan a hervir y a desmenuzarse, a despellejarse entre
ellas como si hubieran entrado en guerra. Y yo que bajo el fuego para que no se
destrocen de esa manera. Pero da igual, la guerra sigue. Y pienso por qué me
hacen esto a mí.
Qué más da. Mis hijos volverán a reírse de mí (¡cómo se lo
pasan!) y yo a comer lentejas cuatro días, o mejor se las congelo. Jiji.
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