miércoles, 21 de septiembre de 2016

QUE VIENEN LAS LENTEJAS!

Ya saben que lo mío no es la cocina, pero me atrevo con ella. Sin embargo, salvo los macarrones y algún plato francés (sí, soy capaz, la herencia genética) la cosa se me complica siempre. Las legumbres, por ejemplo. No puedo con ellas, no sé qué hacer con ellas, sólo me atrevo con las lentejas, quizás porque son pequeñas y se dejan hacer, aunque ambas acabamos despellejadas. Yo las lentejas no las hago con chorizo, que ya hay bastante por estos lares; las hago con pollo. Fundamentalmente, porque hay una cosa que se llaman pastillas de caldo que son mi gran ingrediente,  de las que hay de pollo, pero no de chorizo. No sé cómo no lo hay, con lo concentrados que están a veces. Ahora bien, creo que alguna marca ha sacado algo con sabor chorizo.
Como tengo hijos y los tropezones como que no (ya lo de poner bolsitas para batir, me supera, sobre  todo en ganas) frío el pollo, pechuga para ser más exactos, y llega el momento más delicado, echar las lentejas. ¡Sí! Porque ¿Cuántas lentejas hay que echar? Echo un poco, me parece poco; otro poquito y un poquito más y ¡hala! Medio kilo lentejas que te has echado. Luego el agua. No sé si lo hago bien. ¿Cuánta agua? Siempre me quedo corta. Y luego, van las lentejas y empiezan a hervir y a desmenuzarse, a despellejarse entre ellas como si hubieran entrado en guerra. Y yo que bajo el fuego para que no se destrocen de esa manera. Pero da igual, la guerra sigue. Y pienso por qué me hacen esto a mí.
Qué más da. Mis hijos volverán a reírse de mí (¡cómo se lo pasan!) y yo a comer lentejas cuatro días, o mejor se las congelo. Jiji.

No hay comentarios:

Publicar un comentario